Veinte años
Con el tiempo aprendo a sobrellevarlo todo. Lo bueno, lo malo, lo regular. Me acostumbro, y yo no quiero acostumbrarme. Tengo menos ímpetu, más experiencia. Menos osadía, más determinación. Me acompaña todo el rato un vago sentimiento de tranquilidad difusa.
Con el tiempo me siento vacío cuanto más lleno estoy. Transparente, invisible. Yo no quiero saber nada, sé que no sé nada. Dejo mi existencia para luego. Mi propio ser. Porque urge todo. Pero todo es aún más frágil que yo mismo.
Yo no quiero saber nada. Quiero que todo esté por saber.
Adoro los momentos en que mi espíritu se crece y recuerdo quién soy.
Los busco, confiadamente. Pronuncio palabras mágicas sin mover los labios, como el que reza sin saber a quién. Y cuando ya no espero nada, surge en mí la euforia de los veinte años.
Y es ahí donde me quedo.
Con el tiempo, todo se desvanece.
En quien creías sin saber por qué, por nada.
Con el tiempo, se nos olvidan las voces
que nos decían no vuelvas tarde,
no tomes frío.