Ceyalá

diario retroprogresivo

Etiqueta: La Cañada

Cullera

Paramparo

Por fin volví a Cullera. Tenía tantas ganas de encontrar la misma calle de siempre, sí allí estaba, el patio (el portal diría ella) del apartamento de Paramparo, el puesto de fruta, la heladería de los banana split, las terracitas, los balcones, los coches, la gente, los madrileños, los franceses, la playa, la montaña con las grutas secretas… que no esperé a la tarde ni a la noche y a pleno sol del día, a las doce de la mañana me pegué una sudada de impresión por llegar a mi destino, que no era ése sino otro, pero el otro ya perdió interés ante mi afán por buscar mi sitio, allí estaba todo -sí- el mismo balcón donde nos contábamos historias de miedo a las seis de la mañana y revivíamos nerviosos los juegos eróticos de La Cañada siendo niños, niños, nadie nos pilló, ni ahora tampoco, ni nos pillaban al detener los ascensores para merendar sentados dentro y pulsar el timbre de todas las puertas y cantar canciones divertidas escondidos en las azoteas bajo las estrellas. Tengo comprobado que una dosis elevada de recuerdos aplicada en tiempo corto produce en mi cerebro un latigazo que me deja ko, de hecho me pasé el resto de la tarde tumbado tomándome aspirinas y coca-cola. Ya por la noche se me vuelve a pasar todo. Paramparo es la culpable del nombre de este espacio, sólo ella y yo conocemos el significado de esa palabra mágica, por eso viajamos en aviones diferentes, por seguridad y para preservar el maravilloso secreto. Ni todos los timbres de todas las puertas podrán hacer que me despierte del sueño que estoy viviendo. O sí. No lo sé. Necesitaré millones de timbres. O uno sólo que me dé un buen calambrazo a tiempo. Yo la busco y no la encuentro, la alegría de vivir (ahora).

Decíamos ayer…

Por las tardes voy alguna rara vez al Jardín Botánico a ver gatos.

Como hacía con Isabel, que presumía de aproximarse a ellos y hacerse su amiga. Lo ves.. mira qué tienes que hacer, es fácil. Asi, así. Está cerca de mi casa. Llevo unos días acudiendo allí, mal síntoma. Ahora la Universitat Politècnica lo ha puesto de moda con sus estudios y exposiciones, pero siempre me pareció un jardín triste. Voy cuando no tengo adónde ir. Y paseando entre los centenarios árboles recuperados con mimo exquisito pienso qué cojones hago rodeado de niños traviesos que no quieren biberón, no no nooooooo quiero mamá, abuelitos tomando el sol y la sombra, ven aquí se está bien y estudiantes leyendo libros y fantaseando amores, pájaros bonitos, en lugar de irme corriendo a tomar una copa al bar de Gustavo, el bar de Gustavo es el Café Infanta en el Barri del Carme de Ciutat Vella, que es amigo (amiguito) de Javier, el mayor de mis peques, que ahora se ha dejado una cresta a lo kikiriki y tampoco quiere los biberones de Colacao que le preparaba, yo mentalmente le sigo preparando biberones, él no lo sabe.

Casi de noche me esperaban los gatos como en el paraíso, libres y felices igual igual que me esperaba cada tarde mi pequeña gata Pulguita para jugar conmigo en La Cañada. Hacéis muy buena pareja Pulgui y tú, éramos la envidia de todos. La salvamos, la cuidamos, la quisimos. Bueno, yo no la quería al principio. Quería a su dueña. Y tuve que tragar. Luego las quise a las dos mucho. Ahora ya no están conmigo. Otras personas tampoco están.

Todo pasa, dicen.

Bueno, pero es que…

Cielo gris, suelo rojo. Suelo gris, cielo rojo. Hace muchos días que no paso por aquí ni yo mismo, sí, realmente estoy escondido. Y aún hay quien viene a verme. Se formó una discusión con lo de los tigres y los leones, lo veo en las búsquedas, qué es más peligroso un tigre o un león, resulta que es el tigre, ya me lo han explicado.

– Todo va bien, Jesu!

– Sí, ésa es mi frase favorita, bueno una de tantas. Lo que me gusta que me digan.

– Todo va bien. Mira, quieren hacer planes contigo y tú te haces el duro. Te regalan dibujos con estrellas que se refugian en ti mismo. Te estampan besos virtuales y besos reales. Y abrazos.

– Bueno, pero es que…

– Es que, qué!

– Es que, lo importante no sé si va bien.

Lo más importante, los que están a mi lado, ahora están más lejos. Estoy en una isla. Que no le pase nada a nadie, que no le pase nada a nadie, que no le pase nada a nadie. Repetíamos la frase como una oración, recuerdas, acurrucados en la cama, entre asustados y divertidos por los horribles rayos y truenos de La Cañada… Que no le pase nada a nadie, que no le pase nada a nadie, que no le pase nadie a nada, que no le pase nadie a nada, jajaja, nos íbamos equivocando…

– Quiero conseguir algo y creo que no puedo. Se supone que debo poder! Que estén cerca, sólo éso.

Cielo gris, suelo rojo. Suelo gris, cielo rojo. De un olivo a otro vuela el tordo. En la tarde hay un sapo de ceniza y oro.

Calma.

Como un mar eterno quiero ser, yo libre, corazón…